sábado, 24 de septiembre de 2011

Cuando el pasado llama a tu puerta.



A pesar de que hayan pasado semanas, meses y años. A pesar de que hayas olvidado. A pesar de que no creas que volverás a cruzarte con él… El pasado siempre puede sorprenderte cuando menos te lo esperas. Y en mi caso, no es diferente.

Meses habían pasado desde la última vez que intercambié palabras con las imágenes y fantasmas de los buenos momentos que pasé. De los viejos tiempos. Pero al parecer, no eran tan viejos como creía, o eso me dio a entender cuando ese fantasma volvió a aparecerse. Me abrazó, se rió  y me invitó a bailar, como las primeras veces que coincidíamos en el club social. Yo no tenía palabras, pero no a causa de mi gozo, precisamente. En  ese momento se proyectaron en el pequeño cine de mi mente los últimos recuerdos que tengo sobre nosotros. Mi rabia aumentaba medida que reconstruía los hechos; tenía ganas de recordarle quién era yo y de preguntarle qué clase de chiste era este. Sin embargo, mi furia se fue desvaneciendo cuando empecé a fijarme en lo que tenía delante. Ojos rojos, rostro descolorido, hasta las cejas de alcohol y fumando un porro mal hecho. Sentí pena. Pero esa pena me reconfortaba por dentro. Pensé que no merecía la pena enfadarse por algo como el pasado, y sobre todo este tipo de pasado. Decidí seguirle un poco el rollo e irme. Se me ocurrió que podría dedicarle unas palabras en un futuro, para recordarle que, de entre todas las personas que estábamos alrededor, a una le pareció tan chocante lo que hizo, que la ignoró por completo. Entonces me dí cuenta de que elegí el buen camino.

Puede que el recuerdo muchas veces haga daño, pero os doy un consejo a todos: Cuando la parte más amarga de tu pasado llame a tu puerta, no le tengas miedo. Ábrele, mírale bien a los ojos y verás lo que son en realidad para ti.

martes, 6 de septiembre de 2011

Deseos de voz.


Eres tú. Perteneces a unos pocos; a unos pocos confidentes que te saben tratar como es correcto. Creas respeto y admiración. Puedes dar alas a quien te tenga o hacer que se precipiten al vacío de la vergüenza y el miedo. Tú tienes el poder de hacer que a nosotros se nos oiga. Y sin embargo eres tan frágil… Te miro y te deseo. Me llamas con ecos lejanos y haces que me vuelva loco. Cuando estoy junto a ti siento que solo puedo hacerlo contigo. No valen las imitaciones, ni los juguetes, ni el echarle imaginación. La sensación cuando haces que los demás disfruten como yo, cuando me oyen, es indescriptible.

Quiero gritarte, estrangularte, retorcer tu cuerpo, agarrarte para que no te separes de mí, para que estés a salvo. Quiero que sientas mi aliento, que veas como mi alma sale por mi boca y vuela por todas partes. Quiero dejarte marca, clavarte las uñas, pero también cogerte con estilo, para que los demás vean que lo tengo dominado, que no tengo miedo de que nos vean juntos, de que disfruto contigo.

Ansío hablarte lo más cerca posible. Muero por cantar las letras de mis grupos y cantantes favoritos. Hacerlo con la magia de Freddie Mercury, con la potencia de Brian Johnson, con el sentimiento de Johnny Cash, con el flow de Eminem y con las ganas de todos los que se han acercado a ti para hacerlo, todos los que se han sentido los reyes del escenario y no les ha importado lo que aparentaban cuando lo hacían. Porque tú les diste la posibilidad de no sólo romper el silencio, sino hacerlo añicos; por encima de las ridículas voces de los envidiosos que les odiaban solo porque fueron más valientes que ellos.

Tú eres el micrófono, “micro” para los amigos. El arma más poderosa de los cantantes.

PD: Este texto está dedicado a todos los que no tuvieron miedo a cantarle a este maravilloso invento y que además disfrutan cada vez que lo hacen, ya sean leyendas o cantantes de ducha. No paréis. Gracias.