Marionetas, títeres, arlequines y muñecos. Podríamos decir que todos somos esto. Seres inertes que se dejan manejar por hilos invisibles, o por manos juguetonas de un niño que solo quiere divertirse. Autómatas que actúan, sin saberlo, siguiendo un guión escrito por alguien que se aburría en su casa una tarde de domingo, sólo para ver qué pasa. Destino lo llaman. Puedes creer en él o desafiarlo, pero siempre dejará la incertidumbre.
Jim Carrey dijo en “El número 23” que quería que en su lápida pusiese: “¿Y si…?” ¿Y si hubiese nacido en otro continente? ¿Y si mis padres no tuviesen el poder adquisitivo del que disponen? ¿Y si me hubiesen educado de otra manera? ¿Y no si hubiese escogido la enseñanza pública? ¿Y si hubiese cogido ciencias? ¿Y si me hubiese subido a aquel avión que se estrelló sin yo saberlo? ¿Y si no me lanzase a besarla? ¿Y si ella no hubiese accedido a tener una relación? ¿Y si no hubiésemos discutido? ¿Y si no se hubiese marchado sin razón?
Demasiadas preguntas y demasiadas posibles respuestas. Demasiadas variables para un solo suceso. El tiempo ha corrido bastante como para preguntarme el por qué de lo pasado. Supongo que ahora hay centrarse en lo que esta “fuerza” nos depara, en buscar nuevos retos y aventuras y en las oportunidades que nos brinda para arreglar las cosas. Quién sabe si en el libro escrito de nuestras vidas aparece que renacemos en otro lugar? ¿Quién sabe si el mundo cambiará por fin para bien?
Pero como he dicho, siempre quedarán preguntas.
¿Quién sabe si aún no es tarde para saber por qué se fue.?