jueves, 4 de agosto de 2011

RUTINA

“¡Rayos y retruécanos, rayos y retruécanos!”. Aquel divertido personaje que salía por la televisión de su cuarto hacía que el cerebro del chico produjese una sensación de comodidad y de pereza. Ya no sabe si lo que le hace tenerla es la serie o es simplemente el hecho de tragarse cualquier bazofia que escupa la caja de luz mientras se toma un tazón de cereales con su correspondiente guarnición de magdalenas.

Son las 13:15. El muchacho se había despertado hacía ya una hora y media pero se había quedado retozando en la cama hasta hacía 10 minutos, cuando sus ganas de orinar eran ya incontenibles. No se podía decir exactamente que se le hubiesen “pegado las sábanas”, pues  no había nada que cubriese su colchón de biscoelástico, a pesar de que hacía una semana que su madre le había dejado sábanas limpias para que él se las pusiese. Mucho trabajo al parecer.

Terminado el desayuno, el chico apaga la tele. Éste es su día. Hoy se siente con ganas de hacer algo grande. Va a salir a correr. Con excitación, va a calzarse las zapatillas de deporte que aún guarda en la caja (si tiramos por lo alto, puede que se las haya puesto dos veces, y una de ellas para hacer deporte). Baja de casa y opta por una ruta sencilla: la Ruta del Colesterol. El mozo corre motivado a ritmo de Ska entre cuarentones  y niños con bici. Quizá vaya a un ritmo demasiado rápido para lo que él acostumbra. Diez minutos. Esto es lo que tarda en hacer la primera parada. Sigue andando hasta el final del tramo de ida. Jura que a la vuelta irá sin parar hasta el final. Comienza una nueva canción y prosigue su camino. 5 minutos después, un dolor le empieza a recorrer el gemelo izquierdo. La excusa perfecta para parar definitivamente; lo necesitaba. Decide volver a casa andando.

Vuelta al hogar. Besos a papá y mamá. Ducha. Repara en que tiene hambre y decide hacerse un tentempié. Chorizo y patatas fritas: la piedra angular de una buena comida entre horas. Recibe un mensaje en el móvil. Es su amigo. Dice de ir a echar un billar al bar, comer unas tapas y tomar unos quintos. Presiente que va a ser una buena tarde. De repente oye un rumor que viene desde el comedor. Es la tele. Se sienta en el sofá. “¡Rayos y retruécanos, rayos y retruécanos!” El capítulo estaba viendo mientras desayunaba lo están haciendo ahora en otro canal. Decide verlo. Total, su día ya está hecho…

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